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Por: Stefania Chirico
La relación entre vino y música se remonta a las civilizaciones antiguas. En Egipto, Grecia y Roma, las clases altas ya celebraban con copas y canciones, fusionando placer sensorial y cultura. A lo largo de los siglos, el vino ha inspirado piezas musicales —como la copla española “Vino amargo” o la moderna “Vino tinto” de Estopa— y hoy forma parte del espíritu de muchos festivales, como el Sonorama Ribera o el Ribeira Sacra Festival.
Además, varias bodegas han adoptado la música como identidad. Algunas como Territorio Luthier o Wines N’ Roses rinden homenaje a luthiers y al rock, respectivamente. Otras van más allá: Bodegas Estévez musicalizó el ADN de la levadura velo de flor, mientras que Ramón Bilbao creó armonías especialmente pensadas para potenciar la experiencia de cata a través de la empresa Wine Loves Music.
Estudios recientes indican que las vibraciones musicales pueden mejorar la salud de la vid. En un experimento conjunto entre la Universidad de Pretoria y la Universidad de Graz, se expuso la variedad Syrah a música barroca durante su fase de crecimiento. ¿El resultado? Un aumento en microorganismos beneficiosos como Bacillus y Sphingomonas, y una mayor presencia de aquellos que mejoran el perfil sensorial del vino.
“Las vibraciones sonoras podrían reducir el uso de pesticidas y mejorar la sostenibilidad del cultivo”, concluyen los investigadores.
En la bodega, el sonido se convierte en un elemento sensorial más. Algunas bodegas como Gutiérrez de la Vega o Liberalia reproducen piezas de ópera, jazz o flamenco durante la crianza o embotellado. En Liberalia incluso han organizado audiciones para animales, convencidos de que “un vino vivo siempre agradecerá la armonía musical”.
Otazu, por su parte, reemplazó cantos gregorianos por mantras tibetanos en su sala de barricas. Y pronto ofrecerá experiencias de cata con composiciones exclusivas para cada vino.
El austríaco Markus Bachmann llevó esta idea aún más lejos. Ex trombonista de orquesta, diseñó un altavoz sumergible que transmite música directamente dentro de los tanques de fermentación. Su empresa, Sonor Wines, asegura que esto permite que las levaduras fermenten más rápido, con mayor rendimiento alcohólico y riqueza aromática.
“Las frecuencias adecuadas logran que sobreviva un 30% más de levaduras”, afirma Bachmann.
Esta técnica ya se aplica en bodegas italianas como Dovinia Vini & Spumanti, donde los vinos “sonicados” son descritos como “más suaves, glicéricos y con mayor capacidad de guarda”.
Pero no todo son notas armónicas: las vibraciones también pueden deteriorar el vino. Ya en 1863, con la llegada del tren al Barrio de la Estación de Haro, los bodegueros notaron que los vinos perdían calidad al ser almacenados cerca de las vías.
Una investigación canadiense-coreana en 2008 confirmó que las vibraciones afectan negativamente la acidez, los taninos y los compuestos volátiles del vino almacenado. La recomendación es clara: evitar vibraciones durante el reposo, especialmente en tintos.
Además de intervenir en el viñedo y la bodega, la música influye en el consumidor. El neuromarketing ha demostrado que la ambientación sonora puede condicionar nuestra percepción del sabor y nuestra predisposición a comprar una botella. Las bodegas, cada vez más conscientes de esto, diseñan experiencias inmersivas donde la música acompaña al vino desde la cuna hasta la copa.
Si bien muchos de estos estudios aún están en fase experimental, el potencial de la música en el mundo del vino abre un horizonte sensorial y sostenible. El vino, como la música, es un lenguaje emocional. Y cuando ambos se combinan, la experiencia se transforma en algo mucho más profundo que una simple cata.
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