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Por: Stefania Chirico
Aunque cuando pensamos en vino argentino la mente suele viajar a Mendoza o Salta, hay un rincón en Córdoba que guarda una historia sorprendente: en la Estancia Jesuítica de Jesús María, adquirida en 1618 por la Compañía de Jesús, se produjo por primera vez vino en lo que hoy es territorio nacional.
Esta estancia jesuítica, declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en el año 2000, fue durante siglos mucho más que un espacio religioso. Se trataba de un núcleo autosustentable, donde los propios jesuitas producían todo lo necesario para su vida cotidiana, incluyendo alimentos, textiles y por supuesto, vino artesanal.
“Lagrimilla”, así se llamaba al vino que elaboraban, destinado tanto al uso litúrgico como al comercio. Se producían cerca de 1.300 litros al año, parte de los cuales eran enviados incluso a la Corona Española.
Hoy, algunos de los espacios productivos de la antigua bodega aún pueden recorrerse. Se conservan toneles de madera, piletas de cemento y herramientas originales utilizadas en el proceso de elaboración, que permiten imaginar el funcionamiento de una de las primeras bodegas coloniales del país.
«Una particularidad del lugar es que, pese a su tamaño, solían habitarlo no más de tres jesuitas a la vez, lo que contrasta con la magnitud de la estructura y sus terrenos.»
Desde hace años, la estancia funciona como un Museo Nacional. Allí se pueden ver objetos de los siglos XVII y XVIII, como grabados, monedas, medallas y elementos de uso cotidiano. También hay espacios destinados a conferencias, seminarios y actividades culturales abiertas al público.
La visita puede hacerse de forma autoguiada, lo que permite recorrer los patios, galerías y salas a tu ritmo. La entrada es libre y gratuita, ideal para una escapada cultural con historia, naturaleza y silencio.
Aunque Córdoba no figura entre las provincias vitivinícolas más reconocidas del país, esta estancia demuestra que la historia del vino argentino empezó mucho antes de lo que muchos imaginan —y en un lugar inesperado.
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