
La revolución del conocimiento en el agro ya está en marcha
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Por: Stefania Chirico
“Hay algo que se llama intuición, y la mía indica que ésta es una de esas zonas que están llamadas a ser, ojalá, las joyas del futuro”, escribió Guillermo Corona tras recorrer el norte de Neuquén. No fue una frase al azar: este geofísico mendocino viene recorriendo el país —y buena parte del mundo— con un único objetivo en mente: entender cómo los suelos y las condiciones climáticas influyen en la producción de vinos de calidad.
Nacido en Mendoza, con estudios secundarios orientados en enología, Guillermo eligió la geofísica en San Juan para comenzar su camino profesional. Primero trabajó en el sector petrolero, pero su verdadera vocación por explorar suelos, climas y territorios lo llevó de vuelta al mundo del vino. Lo que empezó como un hobbie, se transformó en su nueva profesión.
En 2019 publicó su primer libro, “La geografía del vino”, un análisis técnico de los suelos mendocinos. Su próximo trabajo, según adelantó, será “más amigable” en su redacción, aunque siempre con el mismo espíritu explorador.
Guillermo aclara algo clave: “Muchas veces se reduce todo al suelo, y no es así. Lo primero que se busca en la vitivinicultura de alta calidad es el clima”. Condiciones ambientales como el frío, la amplitud térmica, la disponibilidad de agua y la protección contra el viento son determinantes.
En zonas como la Patagonia, que incluye un tercio del país, los desafíos son distintos: “es un desierto con poco agua y mucho viento”, aunque sus condiciones son comparables a Mendoza en cuanto a clima. Dentro de ese mapa, el norte neuquino emerge como una zona aún virgen pero llena de potencial.
Al recorrer zonas como Andacollo, Manzano Amargo o el Domuyo, Corona se encontró con “suelos restrictivos” y un gran recurso hídrico: el río Neuquén. Para él, estos factores son ideales para producir vinos de alta calidad. “Lo mejor es que prácticamente no haya suelo, mejor si hay roca fracturada”, afirma. En este tipo de producción, menos racimos significan mejor sabor y mayor concentración.
“Hay lugares que son re bonitos, pero no puedo cultivar porque no hay agua, como toda la costa patagónica”, explica. En cambio, el norte neuquino tiene un buen balance entre frescura, altura y agua disponible. Lo único que falta es inversión. “Está todo por hacer”, dice con convicción.
Además de la ciencia, Corona pone el ojo y el cuerpo: observa pendientes, zonas planas donde se acumula aire frío, orientaciones hacia el norte (con mayor radiación solar) y resguardo del viento. A su entender, los mejores lugares para plantar viñedos en el norte neuquino aún no han sido desarrollados ni turística ni económicamente.
Y si bien la intuición no reemplaza a los datos, en su caso se complementan: “Mi alma curiosa me llevó a recorrer múltiples regiones vitivinícolas de Argentina, Sudamérica y el mundo”, dice. Y todo indica que su apuesta más fuerte está justo en nuestra cordillera, aún por descubrir.
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