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Por: Stefania Chirico
En sectores como la electrónica o la farmacéutica, invertir en investigación y desarrollo es sinónimo de crecimiento. En la Fórmula 1, por ejemplo, cada auto lleva 300 sensores que generan más de un millón de datos por segundo, todo para optimizar su rendimiento en tiempo real. ¿Por qué entonces, en la agricultura, donde los márgenes son tan ajustados, todavía hay extensiones enteras sin un solo punto de medición?
“La rentabilidad no depende solo de más hectáreas o maquinaria nueva, sino de tomar decisiones informadas”, asegura Francisco González Antivilo, CEO de Indegap y referente en agricultura de precisión.
Desde comienzos del siglo XXI, la agricultura de precisión trajo consigo un cambio radical: entender que no todos los sectores de una finca se comportan igual. Con herramientas como la sensorización y la geoestadística, es posible identificar zonas de manejo y ajustar insumos para reducir costos y aumentar la eficiencia.
Sin embargo, mientras estas prácticas ya son comunes en cultivos extensivos, los intensivos como los frutales presentan un desafío mayor: la variabilidad es tan alta que requiere un volumen de datos mucho mayor para ser útil.
Tener datos no basta. La clave está en transformarlos en conocimiento aplicado. Un sensor que mide humedad, otro que detecta temperatura del suelo, y otro que monitorea el crecimiento radicular son apenas piezas sueltas si no se relacionan entre sí y se interpretan correctamente.
“No se trata de ‘una finca’, se trata de ‘tu finca’. Ese es el valor del conocimiento aplicado”, subraya González Antivilo.
En ese sentido, la geoestadística permite convertir información dispersa en mapas y modelos que reflejan la realidad de un cultivo específico, habilitando decisiones estratégicas basadas en evidencia.
¿Medir es caro? Según González Antivilo, no medir es más costoso. “Invertir en conocimiento es como jugar con las cartas marcadas: podés perder, pero las chances se reducen muchísimo”, afirma.
En el día a día de una finca, las pérdidas invisibles—esas que no se ven a simple vista pero que restan rentabilidad—pueden minimizarse drásticamente con decisiones basadas en datos. Para ello, es vital contar con aliados estratégicos: tecnología, asesoramiento y formación son los motores que impulsan la rentabilidad sostenida.
Pensar una finca como un auto de alta competición no es una metáfora exagerada. Con la tecnología disponible hoy, es posible monitorear cada variable, anticipar problemas y optimizar recursos. Solo hace falta cambiar el paradigma: dejar de suponer y empezar a medir.
“El dato es el combustible, pero el conocimiento es el volante. Sin uno no hay dirección, sin el otro no hay avance.”
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