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Por: Stefania Chirico
Mientras el consumo mundial de vino muestra una tendencia a la baja, el segmento orgánico en Argentina vive su propio boom. En 2014 se comercializaban apenas 4.428 litros de vino orgánico, pero una década más tarde esa cifra superó los 1.5 millones de litros, según datos del Instituto Nacional de Vitivinicultura (INV).
Este crecimiento, del 34.000%, va de la mano con el aumento de productores certificados, que pasaron de 59 a más de 140 entre 2014 y 2025.
«Los vinos orgánicos siguen siendo chicos dentro del mercado general, pero son el único segmento que creció de forma sostenida en los últimos diez años», explicó Pancho Barreiro, cofundador de VIOS Vinos Más Sustentables.
Un vino orgánico se elabora a partir de uvas cultivadas sin pesticidas ni fertilizantes sintéticos. Además de respetar el ambiente y la biodiversidad, estos vinos suelen ser mínimamente intervenidos, lo que les otorga características sensoriales particulares.
Según Ramiro Salas, enólogo de Familia Salas Organic Estate, “la diferencia no es visual, sino organoléptica: los vinos orgánicos son mucho más frutados que los convencionales”.
En Mendoza, bodegas como Domaine Bousquet y Chakana lideran la producción orgánica con propuestas que combinan prácticas biodinámicas y regenerativas. Domaine Bousquet, por ejemplo, es la primera bodega del país en contar con Certificación Regenerativa Orgánica (ROC), que abarca salud del suelo, bienestar animal y equidad laboral.
«Nuestra finca es un organismo vivo», dijo su enólogo Rodrigo Serrano Alou, quien destaca la biodiversidad como pilar fundamental: “Realizamos compostaje, cultivos de cobertura y reducimos las labranzas. El resultado son plantas más sanas y vinos más expresivos”.
Por su parte, Chakana, que inició su conversión en 2010, apunta a “recuperar la función del vino como alimento sagrado”. El agrónomo Facundo Bonamaizón subraya: “Nuestros vinos reflejan el lugar de origen con pureza e intensidad. La calidad mejoró hasta en las líneas más básicas”.
En el sur del país, Bodega del Fin del Mundo apostó por el orgánico en 2018. Hoy cuenta con 40 hectáreas certificadas en San Patricio del Chañar (Neuquén), de las cuales nacen etiquetas como un Malbec patagónico, un Pinot Noir y un Red Blend sin paso por madera, para resaltar la fruta y el carácter del terroir.
«Los suelos cambiaron: ahora están vivos, con cobertura vegetal y biodiversidad. Y la uva, naturalmente, también cambió. Hay más concentración, más fruta», afirmó el enólogo Ricardo Galante.
Las condiciones climáticas de Argentina, con altitud, viento constante y baja precipitación, son ideales para este tipo de cultivo. Sin embargo, la transición de lo convencional a lo orgánico no es sencilla.
«Al principio el viñedo se vino abajo porque estaba acostumbrado a la comida fácil. Pero al segundo año se equilibró, y ahora es más fuerte y resiliente frente al cambio climático», señaló Galante.
Para muchos productores, el mayor reto no está en la tierra, sino en modificar su mirada sobre la viticultura. “La biodinámica nos enseñó que no todo es blanco o negro. Antes todo era línea recta, ahora vemos que hay infinitas curvas para llegar al mismo lugar”, reflexionó Barreiro, citando a Alejandro Kuschnaroff, ingeniero agrónomo de las bodegas de Ernesto Catena.
Con más hectáreas certificadas, una creciente demanda internacional y el respaldo de un contexto natural favorable, la Argentina tiene todo para posicionarse como líder mundial en vino orgánico. El camino no es simple, pero los frutos —más allá de la copa— ya se están viendo.
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