
Bodega Malma: un sello de sostenibilidad que nace en la Patagonia y conquista el mundo
La bodega neuquina certificó sus procesos con el Sello de Vitivinicultura Argentina
Por: Stefania Chirico
A 2.100 metros sobre el nivel del mar, en el Paraje Hilario de Calingasta, se lleva adelante una iniciativa única que entrelaza historia, conservación y sostenibilidad. En una pequeña parcela de la Reserva Natural Barreal Blanco, vides patrimoniales como Criolla Grande, Criolla Chica, Cereza, Moscatel Rosado y Amarillo, y las tres variedades de Torrontés (Mendocino, Riojano y Sanjuanino), crecen bajo el cuidado de manos locales.
“La colección busca proteger la identidad vitivinícola del valle, sin fines comerciales, sólo con la intención de preservar su herencia genética y cultural”, explica Sebastián Marasco, coordinador de la Reserva.
El origen de estas vides se remonta a 1920, cuando fueron implantadas por primera vez en los suelos arcillosos de la zona. Gracias a la visión de productores como la familia Pastorelli, que desde hace más de 100 años cuidan estas variedades, fue posible comenzar esta colección única.
“Resguardar restos de poda, enraizarlos y devolverlos a la tierra es un acto de amor a nuestra historia”, sostiene Francisco Pastorelli, nieto de Don Franco, pionero de la vitivinicultura local.
Estas plantas se cultivan en espalderos, protegidas por un cerco vivo de especies nativas, y se riegan con aguas del Arroyo El Leoncito mediante un sistema mixto de manto y goteo. La iniciativa cuenta además con el acompañamiento del INTA, la Secretaría de Ambiente de San Juan y varias organizaciones ambientales.
Este proyecto representa un modelo de viticultura de montaña sustentable, donde la conservación del patrimonio genético se convierte en motor de identidad local. Sin atarse a las modas del mercado, estas vides reflejan una forma de hacer vino con sentido de pertenencia, historia y respeto por el entorno.
“Hoy, gracias al esfuerzo colectivo, su valor no depende del mercado, sino que se conserva por sí mismo”, afirma Marasco.
Además, la finca de la familia Pastorelli, que cuenta con certificación Argentina Sostenible, combina la viticultura con la producción de especias como orégano, manteniendo viva otra tradición del valle.
El camino de este banco genético comenzó en 2023 durante una actividad de geoturismo y yoga en la Reserva. Allí, una emprendedora local identificó el potencial de dedicar el espacio exclusivamente a las cepas criollas. Desde entonces, la iniciativa se consolidó como un ejemplo de cómo la conservación ambiental y el rescate cultural pueden ir de la mano.
El proyecto no solo cuida plantas: preserva memorias, tradiciones y conocimientos ancestrales que hoy, más que nunca, encuentran eco en un mundo que busca reconectar con sus raíces.
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