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Por: Stefania Chirico
El 28 y 29 de abril de 2025, la ciudad de Buenos Aires fue testigo del nacimiento de un proyecto distinto. En el corazón de Chacarita, en el restó Lardito, la enóloga mendocina Victoria Brond presentó su primer vino de autor: Guardianes de la Naturaleza, una marca que trasciende el vino para poner en valor a quienes trabajan la tierra con respeto, compromiso y amor.
«Somos un proyecto vitivinícola enfocado en la puesta en valor de los lugares y su gente a través de la herramienta uva y vino. Caminamos por el sendero del autoconocimiento, siempre intentando dejar un lugar mejor», expresó Brond durante el encuentro, que reunió a sommeliers y periodistas del sector.
La colección inicial de Guardianes de la Naturaleza está compuesta por tres vinos orgánicos: Chenin, Bonarda y Criolla Grande. Cada uno cuenta una historia, no sólo por su perfil enológico, sino también por el vínculo con sus territorios y las prácticas sustentables de los viñateros que los hacen posibles.
Proveniente de Ugarteche, en la zona baja del Valle de Uco, este vino nace de parrales de más de 50 años en suelos ricos y biodiversos. “Buscamos viñedos olvidados, verdaderas joyas escondidas que vale la pena rescatar”, explica Brond. Con un perfil sutil, fresco y elegante, este Chenin se elabora con la intención de mostrar una cepa en vías de extinción —cuya superficie cultivada se redujo un 48,7% entre 1980 y 2010— y proyectarla hacia el futuro.
Cultivada en Jocolí, Lavalle, en el norte de Mendoza, esta Bonarda destaca por su elaboración a través de maceración carbónica, una técnica que evita movimientos del mosto y permite obtener un vino limpio, directo y refrescante. “Buscamos una tinta suave que exprese la frescura del varietal y que conecte con las nuevas formas de consumo”, señala la enóloga.
El suelo aluvial y arcilloso de esta zona brinda uvas con buen color, taninos suaves y baja graduación alcohólica: una respuesta natural a las nuevas tendencias de consumo responsable y liviano.
Fermentada con sus pieles para potenciar su carácter, esta Criolla presenta un rosado intenso, frutado y fresco, con todo el sabor de una cepa de origen local, única en el mundo. “La Criolla Grande es identidad argentina, patrimonio cultural y símbolo de adaptación al territorio. Merece ser rescatada”, remarca Brond. Actualmente, esta variedad representa el 6,4% del total implantado en el país, aunque su superficie también se ha reducido un 43% entre 2000 y 2018.
La filosofía de Guardianes de la Naturaleza también se refleja en el diseño de sus botellas: etiquetas en blanco que invitan al consumidor a completar la experiencia con su propia percepción. “Ni la bodega, ni la marca, ni siquiera yo soy la protagonista. Este es un vino colectivo, que rinde tributo a quienes cuidan la tierra”, afirma su creadora.
Este proyecto marca un hito en la vitivinicultura argentina al reunir sustentabilidad, respeto por la historia, identidad y un enfoque colaborativo, resaltando que la tierra cuidada con conciencia produce vinos con alma.
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