
Chozos Resort: arquitectura ancestral y lujo contemporáneo en el corazón de Mendoza
Con una propuesta que fusiona sustentabilidad, historia y diseño de vanguardia, Chozos
Por: Redacción Al Rojo Vino
En la década del ’30, Cipolletti ya mostraba su vocación vitivinícola gracias al trabajo de numerosos inmigrantes europeos, principalmente italianos y españoles, que cultivaban vides en el Alto Valle de Río Negro. Años antes del auge frutícola de la región, la vid era reina, y el vino de mesa que se producía aquí acompañaba las mesas familiares del país entero.
En ese contexto nació la Cooperativa Agrícola de Producción y Consumo Viñateros Unidos, fundada en 1933 por un grupo de pioneros. “La bodega tenía 6,5 millones de litros de capacidad anual”, recuerda el enólogo Juan José Ferragut, quien formó parte de la historia productiva desde fines de los años ’60.
Flor del Prado, junto con otras marcas como Piedra Pintada y Ciudad de los Césares, era emblema de aquellos vinos blancos, rosados y claretes que llegaban en damajuanas de 5 y 10 litros. Incluso se producía un champagne tinto, el COVIU, bajo un programa que apostaba por los espumantes en “zonas frías”.
La cooperativa no poseía viñedos propios, sino que procesaba la uva de más de 100 productores de Cipolletti, Allen, Centenario y Fernández Oro. “Las puertas estaban abiertas”, aseguraba Ferragut, destacando la colectividad y espíritu colaborativo que definían a la bodega.
Durante las décadas del ’60 al ’80, la cooperativa vivió su auge. Se adquirió maquinaria, se incrementó la producción y se logró una facturación récord: 600.000 litros vendidos en un solo mes. Sin embargo, el cambio en la economía regional y la migración de chacareros hacia cultivos frutales llevaron al declive. La última elaboración fue en 1998 y en 2012, la cooperativa fue oficialmente disuelta.
Pero el vino no se termina. Hoy, Flor del Prado vuelve a la vida gracias a Luciano Fernández, nieto de chacareros rionegrinos, quien adquirió la marca en remate y decidió honrar su historia familiar desde una mirada actual. En un viñedo ubicado cerca de la confluencia de los ríos Limay y Neuquén, Fernández apuesta a una producción que mira al futuro sin olvidar el pasado.
“Sentimos que renace un vino inspirado en nuestra historia”, expresan desde la bodega. Aunque el producto ya no es aquel vino de mesa de damajuana, el espíritu sigue intacto: rescatar el valor de una tierra y un pueblo que alguna vez soñaron con transformar el Valle en una potencia vitivinícola.
Hoy, Flor del Prado elabora vinos premium de Cabernet Franc, Pinot Noir y Malbec, posicionándose como un actor clave en la nueva escena patagónica. En cada botella se guarda un homenaje a quienes hicieron del vino una forma de vida.
Ver artículos relacionados
Con una propuesta que fusiona sustentabilidad, historia y diseño de vanguardia, Chozos
La bodega Trapiche Costa & Pampa, ubicada en Chapadmalal, celebra una década
A solo 260 km de la ciudad de Buenos Aires, Las Antípodas
También te puede interesar
Diez instituciones de educación superior de Mendoza lanzaron una iniciativa conjunta que
Crece la expectativa del sector mientras el Instituto Nacional de Vitivinicultura se
Anotá. 31 de agosto se celebra el Día del Cabernet Sauvignon, una