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Por: Stefania Chirico
En los últimos años, diversas consultoras coinciden en un dato llamativo: la Generación Z —jóvenes nacidos entre mediados de los 90 y principios de los 2010— consume menos alcohol que otras generaciones a la misma edad. Sin embargo, un informe reciente de RaboResearch Food & Agribusiness sugiere que esta tendencia es menos revolucionaria de lo que aparenta.
Aunque suele afirmarse que los jóvenes beben menos porque están más enfocados en su salud o su imagen en redes sociales, el estudio aclara que esa explicación está sobrevalorada. Según los analistas, los principales factores detrás de este fenómeno son económicos y estructurales: muchos miembros de la Gen Z aún no tienen independencia financiera ni edad legal para beber.
“Simplemente no tienen dinero en el bolsillo para hacer cosas”, explicó Lawson Whiting, CEO de Brown-Forman, al presentar los resultados. Según sus estudios internos, el consumo per cápita vuelve a aumentar a partir de los 35 años.
La comparación con generaciones anteriores demuestra que el patrón es cíclico. Millennials, Generación X y baby boomers también bebían menos cuando eran jóvenes. Si se analiza el porcentaje del ingreso que se destina al alcohol, la Gen Z es promedio. Lo que cambió es la proporción de gasto: hace una década, los menores de 30 destinaban el 1,1% de sus ingresos al alcohol; hoy, solo el 0,74%.
Esto sugiere una generación que gasta menos en alcohol, pero que podría alcanzar niveles históricos de consumo a medida que envejezca y mejore su poder adquisitivo.
Un aspecto central es el impacto de la tecnología. Desde 2012 —cuando los smartphones se volvieron omnipresentes— el consumo de alcohol entre menores se redujo drásticamente. En 1991, el 64,4% de los estudiantes de último año de secundaria en EE.UU. decía haber estado borracho al menos una vez. En 2024, ese número cayó al 33%.
Esto está directamente vinculado a menos interacciones sociales presenciales. Las redes sociales sustituyen las reuniones físicas, y menos fiestas implican menos oportunidades para beber. Además, el miedo a ser grabados o ubicados por sus padres en tiempo real actúa como un disuasivo. Como dice el informe:
«La caída del consumo de alcohol entre menores es uno de los pocos efectos positivos del surgimiento de una infancia centrada en los dispositivos móviles.»
Aunque se asocia esta tendencia con una supuesta mayor conciencia sobre el bienestar, los datos no respaldan del todo esta idea. Según la encuesta Monitoring the Future, el porcentaje de jóvenes que consideran riesgoso beber en exceso no ha cambiado desde 2008 (sigue en 46%).
Esto pone en duda que el factor principal sea la preocupación por la salud. Es más probable que la vigilancia digital y la falta de privacidad hayan hecho que el consumo de alcohol sea una actividad más riesgosa para los adolescentes de hoy.
Todo indica que el consumo aumentará con la edad de esta generación. Pero hay una incógnita: ¿el cambio en los hábitos de socialización afectará el consumo incluso en la adultez?
Si el problema es la falta de interacciones sociales presenciales, es probable que el consumo no se recupere del todo. Pero si el principal freno es la vigilancia parental, ese obstáculo desaparecerá con la independencia.
Además, se observa otro fenómeno clave: el perfil del consumidor está cambiando. Hoy, las mujeres menores de 25 años representan la mayoría de los consumidores adultos de alcohol —y en general consumen con más moderación que los hombres.
En síntesis, la Generación Z no ha dejado de beber por completo ni se ha vuelto abstemios radicales. Simplemente, aún no han llegado a la etapa de su vida en la que el consumo suele aumentar. Aun así, todo indica que el pico de consumo no alcanzará los niveles de generaciones anteriores. La industria del alcohol deberá adaptarse a una generación más consciente, más controlada y con nuevas prioridades.
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